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© VOGUE PARIS Nº 884. PHOTO IZQ: MARIO TESTINO / PHOTO DCHA: PETER LINDBERGH |
Hace pocas horas que me enteré de la muerte de Amy Winehouse y me acordé de aquel número especial sobre “bad girls” que sólo podía hacer el Vogue Paris - Febrero del 2008 - cuando aún era directora Carine Roitfeld. La Roitfeld siempre fue defensora a ultranza de todos los malditos, espíritus libres, bohemios incorregibles y castigados por una sociedad que vuelve al puritanismo, porque tendencia manda y lo naïf con tintes retro, nunca había estado tan de moda como ahora. Como si cualquier tiempo pasado fuera mejor y lo edulcoráramos con la imagen que nos devuelven los recuerdos.
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© VOGUE PARIS Nº 884. PHOTO IZQ: MARIO TESTINO / PHOTO DCHA: PETER LINDBERGH |
En esta sociedad conservadora ya no había vuelta atrás, había que renovarse o morir, pasar por el aro de lo políticamente correcto y pedir perdón. Lo hicieron Kate, Britney, Paris, Courtney… Pero Amy ya lo dijo en su Rehad: no, no, no. Aún así, su mito perdurará porque su vida, con fecha de caducidad, como un producto de márketing preciso que se autodestruye a los 27, nos dejará su huella impertérrita. Ya se sabe que las estrellas son más rentables en el cielo.
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© VOGUE PARIS Nº 884. PHOTO IZQ: MARIO TESTINO / PHOTO DCHA: PETER LINDBERGH |
Para mí, aún más grande que su música fue su estética entre rockabilly, poligonera de extrarradio y pin up de burlesque que nos devolvió su imagen multiplicada a cada paso. Una estética de Barbie de los suburbios desvalida pero fuerte, de muñequita de asfalto indecente y turbia. Una chica salvaje con el corazón de algodón de azúcar.
Adiós Amy, que descanses en paz.
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