Monday, November 15, 2010

    Y en Otoño, Ki Duk

    Estos días he vuelto sobre la pista de Kim Ki Duk. Aunque hace un par de años que no he visto una película suya en cartelera, los films de este director coreano son para revisionar delante del televisor y olvidarse del tiempo. Para  deleitarse con cada una de sus imágenes y evadirse de la realidad. 




    Sobre el espacio y sus limitaciones. Y la posibilidad de liberación. Como la esperanza de un milagro que permite redimirse en cárceles emocionales o físicas, reales o fictias…. jugando con pararelismos de vidas opuestas y las contradicciones y ambigüedades del ser humano. 




    Viajes interiores que nos conceden la posibilidad de encontrarnos con nosotros mismos.  Eterno retorno que nos devuelve a la rueda de la vida para cometer los mismos errores, sufrir por ellos, pagar sus consecuencias y alcanzar la paz interior. 




    Esa sensación agridulce de sentirnos vivos e inmersos en un mar de sentimientos, a veces los más atroces. Como exploraciones interiores a las entrañas del sufrimiento, por personajes que llegan a la perversidad pero retratados desde una mirada compasiva. Y así, desde los márgenes de lo socialmente aceptable, surgen estos monstruos divinos, tan reales y puros,  que nos contagian con su naturaleza hiperhumana, con su magnetismo animal que traspasa la pantalla. 




    E hilando fobias, miedos, deseos y tentaciones, la dulzura de un nihilismo sin esperanza, de una tristeza que habita en aguas turbias. Porque el agua es el elemento más recurrente en sus películas, como cuentos o poemas sobre la vida y lo que en ella importa: el amor, la amistad, la supervivencia, la búsqueda de la verdad….




    Y la belleza de versos fílmicos, de silencios visuales, de finales trascendentales.

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